Comentario
El proceso de urbanización había alcanzado la región costera ya en el III Milenio, por ejemplo, en Biblos. Sin embargo, no es mucho lo que podemos decir, excepción hecha de Ugarit, porque la historia de los fenicios se reconstruye, esencialmente, con fuentes indirectas, como el historiador del siglo I d.C. Flavio Josefo, que recoge información procedente de los "Anales" de Tiro en dos momentos diferentes, los siglos X-VIII y el VI. Por lo demás, las fuentes egipcias, mesopotámicas y la Biblia, son el mejor instrumento para el estudio de la historia de Fenicia, comprendida entre Tell Sukas y Acre. El punto de arranque habitual se sitúa a partir de la crisis del 1200, cuando se acentúan las diferencias con las áreas adyacentes, tanto desde el punto de vista lingüístico, como religioso, artístico o político. Sin embargo, sustancialmente, los habitantes de la franja costera son culturalmente los mismos, antes y después del 1200, por lo que los fenicios son los cananeos marítimos de la Edad del Hierro. La nueva denominación procede de su aparición en las fuentes griegas, que les otorgan el nombre de phoinikes, derivado de phoinix, rojo púrpura, por los tintes empleados en sus tejidos. En realidad ignoramos cómo se denominaban a ellos mismos, pero la comodidad de la designación griega y su distancia cultural del resto de los habitantes de Siria y Palestina es suficiente para establecer un hiato con respecto a sus parientes de la Edad del Bronce. En cualquier caso, tras el 1200, Sidón parece haber ejercido una cierta hegemonía en la zona, aunque la gloria la llevará Tiro por la expansión ultramarina que emprende a partir, quizá del siglo X.
Las relaciones exteriores de las ciudades fenicias tienen esencialmente cuatro ejes, conectados entre sí, que conviene tener presentes. Por una parte, sus relaciones con Asiria, en general hostiles, pues ya en 1100 se produce la primera campaña de un soberano asirio, Tiglatpileser I, hacia el Mediterráneo; desde entonces, la potencia mesopotámica pretenderá captar los recursos económicos de los circuitos fenicios, lo que incidirá en su propia expansión por el Mediterráneo, segunda directriz. En tercer lugar, su relación con Egipto, dependiente de la coyuntura política en que se encuentren asirios y egipcios o las circunstancias de estas potencias con las ciudades fenicias. Y, por último, sus relaciones con los pequeños estados circundantes, principalmente Israel, cuyos destinos están con frecuencia vinculados por su dependencia con respecto a los Imperios.
Resulta importante constatar como Fenicia es, hasta el siglo X, exportadora de materias primas, e incluso de trigo; pero a partir de esa fecha se convierte en importadora de bienes alimenticios que intercambia por productos manufacturados, para cuya elaboración requiere materias inexistentes en su territorio, lo que la obliga a lanzarse a la aventura del mar. El establecimiento de colonias será un fenómeno más reciente, relacionado con la integración territorial de Fenicia en el Imperio Neoasirio. Ya en el siglo X, las relaciones ende Israel y Fenicia son estrechas; sabemos que el rey de Tiro, Hiram, se asocia con Salomón y le manda artesanos para el templo, además de organizar conjuntamente expediciones por el Mar Rojo. Desde entonces, la influencia de la cultura fenicia en Israel es intensa, como se aprecia por ejemplo en el influjo politeísta. Es precisamente por esas fechas cuando surge el protagonismo de Tiro, probablemente vinculado al refuerzo de las monarquías urbanas a través de sólidos lazos de parentesco, según se desprende de la información epigráfica de la segunda mitad del siglo X.
Por los datos disponibles, está claro que la organización palatina ostenta el control de sectores decisivos de la economía urbana: dispone de las materias primas, tiene a su servicio una abundante mano de obra especializada y en condiciones de asumir iniciativas económicas de amplia magnitud, como las expediciones comerciales en el extranjero o actividades artesanales en las cortes de los países vecinos. Por lo demás, las líneas fundamentales de la política exterior de Tiro parecen confirmadas bajo los sucesores de Hiram, cuyos nombres y la duración de sus reinados son transmitidos por Flavio Josefo, hasta el 774. En la primera mitad del siglo IX reina en Tiro Itobaal, que mantiene buenas relaciones con Israel, pero tiene que soportar las campañas de Assurnasirpal II. Después atacará Salmanasar III, lo que induce a las ciudades sirias a coaligarse contra Asiria, pero los éxitos militares de los asirios conllevan la sumisión y el pago de tributos por parte de las ciudades fenicias. Durante el reinado de Pigmalión, la presión es tan grande que un contingente tirio funda en 814 -fruto del conflicto entre grupos aristocráticos rivales- la ciudad de Cartago, que habría de convertirse en la ciudad rectora de los fenicios occidentales.
Durante el siglo IX y la primera mitad del VIII, las ciudades fenicias viven con tranquilidad, lo que propicia su difusión cultural; así, su alfabeto es adoptado por judíos y arameos. El poder asirio reclama anualmente el tributo, pero no pone en peligro la autonomía política de las ciudades. Este panorama cambia radicalmente cuando Tiglatpileser III, a mediados del siglo VIII, incorpora los territorios conquistados a su Imperio. Las ciudades septentrionales reciben un gobernador asirio, mientras que las del sur conservan una autonomía nominal. Sargón II continúa la obra de su antecesor e incluso llega a dominar Chipre. En algunos centros se respeta al dinasta local, designado en ocasiones por el propio monarca asirio, pero junto a él se instala un funcionario imperial. Por su parte, Senaquerib toma Sidón, cuyo rey Luli huye por mar tal y como está representado en los relieves de Nínive. La conquista de Egipto por sus sucesores requería un férreo control de la retaguardia, en la que destacaban las ciudades fenicias. Esto explica la violencia desplegada por Asarhadón en contra de la población rural, que generará subsidiariamente una emigración hacia las ciudades que, incapaces de absorber toda esa mano de obra, se ven obligadas a resolver su tensión demográfica mediante la creación de colonias de poblamiento en distintos lugares del Mediterráneo, pero sobre todo en la costa meridional de la Península Ibérica. Es quizá en la colonización fenicia donde se puede observar con mayor claridad cómo una comunidad sometida a una presión superior a sus posibilidades es capaz de desviarla hacia el exterior, de forma que son otras fuerzas productivas -en este caso las comunidades de la Península Ibérica- las que en última instancia padecen indirectamente la opresión de los asirios.
Aún durante el reinado de Asarhadón, Baal de Tiro se sublevó con el apoyo del faraón Taharqa. La victoria asiria supuso la imposición de un tratado cuyo texto conservarnos, en el que el rey tirio queda desautorizado. Bajo Assurbanipal la presión no fue menor, pero a finales del siglo VII la decadencia asiria supone un respiro para la autonomía política de las ciudades fenicias. Pero sólo fue una situación pasajera, pues la expansión neobabilónica condujo a Nabucodonosor hasta el Mediterráneo y sometió a Tiro a un largo asedio de trece años. En 573 capitulaba la ciudad, Itobaal II abdicaba, pero la monarquía seguía siendo la forma de gobierno de Tiro. El final del dominio babilonio en Fenicia nos es prácticamente desconocido; aparentemente la monarquía se mantuvo hasta el siglo IV, aunque circunstancialmente algunas ciudades conocieran gobiernos no monárquicos, con magistrados llamados sufetes, similares a los jueces judíos.
A finales del siglo VI pasó a ser satrapía persa y la flota fenicia constituyó la base del poder marítimo aqueménida en el Mediterráneo, según se comprueba fácilmente durante las Guerras Médicas. La conducta filopersa de los príncipes fenicios es recompensada con la ampliación de sus territorios. La sucesión monárquica en las distintas ciudades a lo largo del siglo V parece haberse producido con normalidad y puede reconstruirse con la información epigráfica, numismática y literaria. Sin embargo, a lo largo del siglo IV, en el que se van debilitando los fundamentos de la cohesión del imperio Persa, se observa en Fenicia una tendencia filogriega y antipersa, coincidente con el signo de los tiempos. Algunos ejemplos los encontramos en el éxito de Evágoras, el griego al que se someten varias ciudades fenicias, o la rebelión de Tenne de Sidón que se ahoga en un baño de sangre provocado por la inmisericorde actuación de Artajerjes.
El avance triunfal de Alejandro será visto, en consecuencia, como una liberación por numerosas ciudades fenicias. Tan sólo Tiro intenta oponerse al jefe macedonio, pero no logra soportar su capacidad poliorcética y tras varios meses de asedio se linde. De este modo queda integrada Fenicia en el Imperio de Alejandro Magno, de forma que pierde su independencia política, aunque los rasgos característicos de su cultura persistirán durante algún tiempo, progresivamente difuminados por la implantación de la koiné cultural helenístico-romana.